Víctor Chininin Buele
Mi querida mamita acaba de recibir un reconocimiento importante por el quincuagésimo aniversario de la UTPL, la universidad a la que ella ha dedicado una gran parte de su vida. Recuerdo desde niño subir a la universidad a pie, otras veces a manejar mi bicicleta y caerme, otras veces a jugar, otras veces a esperar hasta las 18:30 para que ya salga mamita. Después de que la familia pudiera adquirir un vehículo, pues la cuesta de subida a la universidad fue el terror que tuvimos que enfrentar todos los choferes camarones de la familia, incluido yo.
Fue un reconocimiento como docente inspirador.
Y es que eso uno lo entiende cuando se solía ir (antes del COVID) a hacer trámites. A veces parecía que por donde sea que uno vaya la gente sale de donde yo no sé, venía, la abrazaba: doctorita, Marianita, licenciada. Y no solo es en Loja.
Y pues, recordé a mi maestro y amigo Roberto Pineda, uno de los docentes inspiradores de mi vida.
Pues resulta que es su cumpleaños y me pareció justo escribir algunas palabras acerca de este héroe de mi juventud. Nos atraen los superhéroes de Marvel porque pretenden tener capacidades sobrenaturales. Nos asombran. Cautivan nuestra atención.
Y por eso a veces olvidamos a los héroes de carne y hueso. A aquellos que se asoman a ayudar en medio de sus propios caos y problemas, de sus propias dificultades y angustias. A aquellos que nos parecen tan valientes cuando la valentía es en realidad el valor de levantarse en medio de todo lo que les agobia y avanzar a pesar de todo eso.

En este día pues estaba solo, mi hermana estaba enferma y no pudo venir mi familia a quién sabe qué evento. Algo le pasó a mi ojo derecho, una crisis de estética y vergüenza para cualquier adolescente lojano. Hasta llovió y el evento fue realizado en las gradas del colegio. Pero ahí estuvo Roberto a mi lado.
Tuvimos el privilegio de ser la primera promoción del Colegio Militar “Tcrn. Lauro Guerrero” que en nuestros tiempos fue una inversión seria del estado y de su ejército así como también de nuestras familias que se esforzaron para hacer posible que semejantes diablitos pasen por el COMIL. Buscaron darnos lo mejor. Buscaron educarnos de una forma diferente e innovadora y lo lograron. Yo pude obtener mi ingeniería en ciencias de la computación y redes informáticas en los Estados Unidos en gran parte por tales inversiones: la gran inversión de mi abuelita y mi familia pero también la inversión académica del COMIL a pesar de yo haber sido en las palabras del gran cadete José Luis Balcázar: el alumno a distancia.
Cuando uno piensa acerca de la idea del docente inspirador, la informática no es el tema que surge en la mente. ¿Qué hizo que mi maestro de informática sea mi docente inspirador?
No puedo negar su conocimiento. Roberto es muy inteligente y capaz. Su cerebro opera en otra dimensión muy afín a los dilemas y problemas algorítmicos y de programación. Su teoría de lenguages de programación me dio las bases para poder hasta el día de hoy seguir aprendiendo nuevas cosas. ¿Quién hubiera pensado en aquellos tiempos de los programitas de Pascal y Visual Basic que yo iba a estar implementando soluciones de pago globales ahora hasta en la nube pública y con alta disponibilidad? Muchas cosas pasaron en las aulas–flujogramas y sintaxis, compilación y errores, teoría y práctica. De vez en cuando teníamos algo de visibilidad a sus programas y proyectos, a lo que hacía y había hecho cuando no estaba en el aula y era algo impresionante.
Pero no era solamente un conocimiento intelectual. Roberto me ayudó a aprender la importancia de amar lo que uno hace. A darle de corazón. Solamente hay otro maestro, el doctor Ernie Ferguson, a quien yo he conocido y de quien yo pueda decir, este hombre ama la informática y tiene una gran pasión por su vocación. Muchos son muy capaces desde el punto de vista técnico, otros desde el punto de vista pedagógico, y otros desde el punto de vista académico. Roberto es un amalgama de los tres–técnicamente impecable, pedagógicamente atento y académicamente riguroso. Es que a final de cuentas todos son ceros y unos. No hay tal cosa como la duda o la ambigüedad. Pero todos los alumnos tienen un corazón. Roberto no descuida los dos ámbitos–la rigurosidad lógica y las emociones del corazón.
Esos fundamentos me han ayudado mucho en mi carrera. ¿Qué hago? Por los últimos dieciséis años he sido consultor técnico de una compañía mundial de softare de pagos electrónicos. A través de ella he podido realizar implementaciones de nuestra solución de procesamiento de pagos en muchos lugares: en los Estados Unidos, en México, en Ecuador, en Tailandia, en Europa, en Brasil. He viajado a muchos bancos y tiendas grandes, a procesadores e intermediarios. Parte de mi trabajo es encontrar problemas y corregirlos. Pero la mayor parte de mi trabajo es vivir en el medio–entre mis compañeros técnicos y mis clientes. ¿Qué es lo que necesita mi cliente en realidad? y ¿qué es lo que podemos proveerle y cuán rápido podemos entregarlo?
Es ahí donde la inspiración de Roberto es más obvia. Él me enseño a programar con cuidado y a hacerlo con gran cautela, pensando en los demás. Muchas veces antes de poder depurar bien necesito meterme en el código y buscar por dónde empezar. No es tanto técnica, aunque sí lo es, sino que también es arte.
Y Roberto es un hombre, como se describiría él mismo, enamorado. Eso es lo que siempre me impactó más acerca de él. Roberto siempre ha estado muy enamorado de su esposa. Roberto ama a su familia y los momentos más preciosos que recuerdo son de verlo en familia. A veces no me salían los programas y caminaba de la casa a la suya, cuando todavía vivíamos por el centro, y recuerdo que eso requería atinarle bien al tiempo porque si era hora de que esté con la familia no podía ayudar.
Siempre que nos encontramos en la calle, siempre habla de su familia. Casi ni habla de él mismo. De hecho, creo que me habían dicho que estaba en La Dolorosa pero él nunca me lo ha confirmado. Siempre tiene otras cosas de las que quiere conversar.
Nosotros vivimos como una generación estudiantil los rezagos de la dolarización, la migración, la crisis económica y sus efectos en nuestras vidas. Personalmente viví la enfermedad de mi hermana (quien gracias a Dios y a pesar de los pronósticos más oscuros sigue a nuestro lado). En el medio de todo lo que colapsaba a nuestro alrededor, de toda la incertidumbre, de todos los desafíos, de todo el sufrimiento, por ahí venía en la calle, Roberto en ropa de deportes, Roberto con su esposa abrazadote, Roberto con su terno para dar clases, Roberto con los exámenes.
Pensé que esta era una buena forma de desearle feliz cumpleaños y de darle las gracias por todo. Gracias por ser parte integral de quien soy. Gracias por sonreír en una cultura en la que mientras más tieso uno es, más respetable se dice ser. Gracias por hablar de forma informal y cariñosa en una cultura en la que el formalismo y fingir buena educación es tan prevalente. De hecho, nunca recuerdo haber escuchado a Roberto solicitar a alguien que le llame por el título. En la sencillez y humildad hay gran nobleza. Y el respeto se lo gana, no se lo exige.
¿Y saben qué? Roberto me enseñó a no ser envidioso y a luchar contra la codicia en mi vida. En una cultura en la que si uno habla de lo que en realidad hace, los demás se apuran a copiarle o a buscar hacerle daño, lamentablemente, Roberto es alguien a quien le he podido confiar mis sueños y mis aspiraciones sin temor. Y cuando le comento de lo poquito que he podido llegar a hacer, siento su sano orgullo y felicidad. La sonrisa de Roberto no es falsa. Es sincera. Doy gracias a Dios por los alumnos que él tiene el privilegio de formar y les quiero alentar a emprender con humildad y sin temor, a buscar soluciones a los problemas que todavía no las tienen. Dios les ha dado un gran maestro.
Gracias, Roberto.