Victor Chininin Buele
Ayer vi a mis hijas jugar con una de mis primas. Su nombre es Luz. Supongo que su nombre con intención honra a mi abuelita Luz. Y verla en casa de mi abuelita Luz corriendo y haciendo todas las cosas que hace un niño delante de aquel pesebre que por tantos años ha estado en la misma esquina de la sala desde más antes de mi niñez, me llevó a pensar acerca de cuantas veces la luz está tan cerca y tan brillante y andamos con los ojos vendados, o peor aun, cerrados por nuestra propia voluntad. Verlas corren me hizo pensar como aquel carpintero de Belén debió haber estado preocupado que el pequeño Jesús no acabe con clavos en sus pies o que no se ensucie con las heces de los animales que pasaban por las calles polvorientas de aquel entonces o que no termine con mucho aserrín en la cabeza antes de ir a comer.
La ciudad se llena de luces. Hace ya buen tiempo que no he estado en Loja por Navidad. He pasado muchas más navidades en Kansas City que en Loja. Y en realidad he llegado a extrañar el frío y el pronóstico del clima tan anhelado que diga que haya unos dos centímetros de nieve: lo suficiente para una foto bonita y para que se vea todo bonito afuera pero no tanta nieve como para quedarnos atrapados dentro de la casa sin poder salir. He llegado a extrañar tantas cosas que una vez fueron extrañas para mí.
He estado preparando la prédica del día domingo. Entonces he estado estudiando Isaías 60. Es un sermón que lo he tenido pendiente por muchos años. Las imágenes que el Señor nos da en ese precioso capítulo han cautivado mi imaginación por mucho tiempo. Y al ver esas palabras tan hermosas—levántate y resplandece—uno no puede quedarse callado o sin compartir el asombro.
¿Cuánto más bella fuera Loja si en verdad resplandeciera con la luz de Cristo, la luz de su glorioso evangelio?
Decimos que queremos la luz pero solamente nos gusta para las fotos que vamos a poner en las redes sociales. Cuando penetra en nuestra oscuridad, córremos a escondernos. No queremos ser expuestos. Nos tapamos con lo que sea. No queremos que la luz nos muestre nuestra debilidad verdadera—la oscuridad de nuestra depresión, la profundidad de nuestra ira, nuestra adoración de lo que queremos y nos gusta pero sabemos que nos está matando, nuestros secretos y engaños, nuestros rencores e insatisfacciones. Nuestros pecados.
Y nos llenamos de palabras supuestamente bonitas y sabias para callar nuestra conciencia—la Navidad es acerca de la familia, el espíritu de la Navidad es compartir, la Navidad “no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente”, la Navidad es valorar la generosidad.
Fui al Teatro Bolívar a ver una obra de teatro que me entristeció y al mismo tiempo me dio gran esperanza.
Aquella obra de teatro me mostró el corazón de mi ciudad—queremos una Navidad bonita, llena de luces y pavo, regalos y sonrisas, que una a la familia, que nos dé cierto calor en nuestro vacío y triste corazón pero, por favor, sin Cristo.
Por generaciones nuestra sociedad lo minimizó volviéndolo un juguete al que le ponían vestidos suntuosos y lo llevaban a la misa obligatoria. Pero ahora ha sido minimizado aun mucho más—ya ni lo mencionamos. En el Mall de Don Daniel escuchaba a una madre amenazar a su hijo con la ira de Santa Claus si no dejaba de colgarse de ese estante en el almacén. Antes nos decían que el Niñito nos traía las cosas. Ahora somos más avanzados—sabemos que Santa y el Mall vienen de la mano. Y esa obra de teatro expuso esto. Queremos una Navidad sin Cristo. Es lo que el pueblo pide y a lo que le dio una gran ovación antes de que las luces se apagasen.
Me entristece esto porque la luz resplandece y nos tapamos los ojos y nos escondemos de ella.
Pero me da gran esperanza porque en Cristo, cuando llega la salvación, nos unimos a una familia mucho más gigantesca que la familia más grande de Loja (Marcos 10:29-31), compartimos en realidad de un corazón que es generoso porque recibió gracia infinita, inmerecida y gratuita del Señor Jesucristo (2 Cor 8:9). La Navidad es recordar un momento que pasó en la historia real, en una ciudad real de este mundo, el nacimiento del Salvador (Lucas 2:1-7). Es decir, que anhelamos lo que solamente Cristo nos puede dar. Y eso es buenas noticias.
La luz está brillando. La pregunta es simple: Si usted está con los ojos abiertos en esta oscuridad y ya se da cuenta que está en un cuarto oscuro y sin salida, ¿está lista para seguir al Espíritu Santo a la luz? Es hora de prender el foco.
“Pero, ¿qué dice? «CERCA DE TI ESTÁ LA PALABRA, EN TU BOCA Y EN TU CORAZÓN », es decir, la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:8-10 NBLA)
Si usted está con los ojos cerrados, ábralos. Se dará cuenta que es verdad que la oscuridad cubre todo lo que ve—hay dolor, sufrimiento, pena, destrucción, enfermedad, devastación, corrupción, engaño, mentira, adicciones, pérdidas cuantiosas. Pero cuando reconozca que está en la oscuridad podrá ver la luz. Y Cristo se deleita en hacer el milagro de hacer la luz:
“Y si todavía nuestro evangelio está velado, para los que se pierden está velado, en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por amor de Jesús. Pues Dios, que dijo: «De las tinieblas resplandecerá la luz», es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros.” (2 Corintios 4:3-7 NBLA)
Feliz Navidad a ustedes. Y voy a orar por una Loja verdaderamente unida, resplandeciendo en Cristo Jesús.