A Cumplir la Promesa

Victor Chininin Buele

Esta mañana por medio de la tecnología escuché al sacerdote dar su homilía en la misa que se efectuó en el parque de Catamayo como que yo estuviera allí.  El sacerdote preguntó a las personas que se habían congregado antes de comenzar la caminata de 30 y pico de kilómetros a Loja: ¿De qué nos sirve caminar más de 30 kilómetros si no queremos dejar el pecado? Me pareció una pregunta muy importante y acertada.

Pero después el sacerdote empezó a describir a Jesucristo como un ser muy exigente. Y eso me trajo recuerdos de aquellos maestros en la escuela o en el colegio a quienes nosotros llamabamos exigentes. Y pensé: “Así no es Jesucristo”. Me hice esta pregunta: ¿Qué aprendemos de nuestro ser colectivo como lojanos y como seres humanos al ver dos cosas: (1) que muchisíma gente (yo vi 50 mil en algún periódico) vaya a cumplir la promesa realizada a Mamita Virgen y (2) que pensemos que Jesucristo es exigente?

La Promesa

¿Por qué los lojanos hacemos promesas a la Mamita Virgen? Cuando estamos en aquellos instantes en los cuales ya no hay escapatoria–la muerte está cerca, el examen empieza en dos minutos, la farsa que hemos creado se empieza a desplomar, el trabajo se pierde, los hijos se pierden, la casa se cae, la plata se acaba, la mujer me deja–en esos momentos empezamos a hacer las promesas.

Mamita Virgen, si me das <inserte su petición aquí>, yo <inserte su promesa aquí>.

Y es lo mismo que decimos con nuestra frase popular “Dios le pague”. Nosotros estamos diciendo de que para hacer algo, Dios necesita ponerse en deuda nuestra.  Para que Dios actúe nosotros debemos hacer algo. Caminaré 35 km o 72 km (dependiendo de donde se empiece el recorrido) hasta de rodillas si me das <inserte su promesa aquí> o si no permites que me pase <inserte su temor aquí>. Estamos diciendo que no entendemos el concepto de la gracia.  La gracia es algo desconocido para nosotros.  No tiene lugar en nuestro vocabulario.  No tiene lugar en nuestra vida. ¿Ve lo que le digo? En vez de decir gracias decimos “Dios le pague”, es decir, estamos diciendo que lo que se ha hecho por nosotros amerita que Dios de un pago a la otra persona por haberlo hecho. Dios se vuelve pequeño y nosotros nos volvemos grandotes.

La esencia de la promesa es nuestra necesidad innata de tener control sobre nuestras vidas. Cuando todo se cae y perdemos el control, corremos a algo que nos pueda dar alguna sensación de control. Ya todo se va a mejorar porque hice la promesa y la Churonita es bien milagrosa. Me lo va a hacer porque yo voy a caminar, o voy a dejar de fumar, o voy a dejar de tomar, o voy a dejar de acostarme con esa persona que no es mi cónyuge.  Me lo va a hacer porque soy buena persona.

Cuando hacemos la promesa decimos fuerte y claramente que (1) Dios no es Dios, (2) nosotros somos Dios, (3) tenemos el control de nuestras circunstancias si hacemos el bien.

Oramos, “Dios te salve, María, llena eres de gracia” y no sabemos lo que decimos. Y lo decimos con fe. Eso es indudable.

Jesucristo es exigente

Se nos olvida porque como es simplemente el bebito en el brazo de la Churonita que Jesús es el Rey de Reyes y Señor de Señores, Dios encarnado, segunda persona de la Trinidad, Todopoderoso y compasivo, lleno de gracia. El mensaje implícito en el señorío de la Señora de El Cisne, coronada y adornada en majestad ante nuestros ojos, es que Jesucristo es menor.  Seamos honestos, en nuestra fe popular, ¿cuántas veces en realidad pensamos en Jesucristo?

Cuando el sacerdote dijo que Jesucristo era exigente y que demandaba todo nuestro corazón, me recordó eso de mis tiempos cuando no podía contener mis necesidades biológicas en la escuela y me metía en graves problemas por eso.  Recordé el miedo, el temor. No podía controlar esas necesidades y me ganaban. Temía a la exigencia de las personas que me iban a reprender por ello, pero nadie me ayudaba a cambiar.

Cuando vemos a Jesucristo de esa manera cerramos la posibilidad de ver el camino al cambio verdadero, al cambio duradero. Cerramos la puerta a la gracia.

Oramos, “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” y no sabemos lo que decimos.

La Promesa del Evangelio

Lucas 1:72-73: “Para mostrar misericordia a nuestros padres, y para recordar Su santo pacto, el juramento que hizo a nuestro padre Abraham”.

Hechos 2:33: “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen”.

Romanos 4:20-21: “Sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo”.

¡Resulta que es al revés!

La gracia es lo contrario de lo que pensamos.  No merecemos semejante promesa de Dios pero es un regalo inmerecido, de pura generosidad, misericordia y gracia. La promesa de Dios no falla, Zacarías profetiza en Lucas 1 de que la razón por la cual su hijo Juan vendría al mundo era parte del cumplimiento de la promesa del Padre de enviar a Jesucristo al mundo para terminar de una vez para siempre con nuestros pecados y darnos salvación, darnos descanso, darnos paz. Dios no olvida su promesa. Y su promesa is infallable.  Se ha cumplido y se cumplirá.

Esta promesa no depende en lo que nosotros hagamos o no hagamos, lo que querramos hacer o lo que no querramos hacer sino que depende en la exaltación del Hijo de Dios, resucitado y sentado a la derecha del Padre  en este momento.  Esta promesa se puede recibir hoy por medio del Gran Consolador, el Espíritu Santo que da vida nueva al muerto. Y en nuestros pecados, todos estamos muertos.

Pablo en Romanos nos muestra la fe de Abraham que no titubeó en confiar en la promesa de Dios, quien es poderoso y capaz de cumplirla. Nadie es más grande que Él.  Nadie más puede cumplir todas sus promesas sin fallar.

Nuestras promesas fallan.  Algún día no podrán caminar de Catamayo a Loja, y ¿qué pasará? Algún día se olvidarán de hacer lo que dijeron que iban a hacer. Algún día la tentación les ganará. ¿Y qué pasará entonces? ¿La furia de un ser exigente? ¿Su venganza?

Vamos

Vamos al Padre. Vamos a Jesucristo, nuestro Salvador verdadero. Solamente en Él podemos descansar. La fe en Jesucristo no requiere caminar 30 km para que alguien sane. O seguir caminando por toda una vida para que siga sano. Necesitamos la profundidad del amor y la sabiduría de Dios en nuestras vidas. Necesitamos aquel milagro en nuestra vida–de que el Señor cambie nuestros corazones y nos de vida eterna para que en lugar de salir a cumplir la promesa y agotarnos tratando de cumplirla por siempre, salgamos en fe a proclamar las excelencias de Aquél que nos dio descanso verdadero, paz duradera, amor mejor que incondicional y satisfacción eterna.

Jesucristo cumplió todo a cabalidad para que pueda darnos por gracia su mano con agujeros de aquellos clavos de nuestra cruz.  Y la libertad que nos da no viene con cadenas o con el requerimiento exigente de hacer y hacer y hacer y hacer para demostrar que somos buenos. Viene con la humildad de reconocer la profundidad de nuestro pecado y de la maldad de nuestro ser alejado de Jesucristo. Puede tener paz verdadera sin tener que ir a cumplir la promesa.  La promesa se ha cumplido.  Cristo vino al mundo a salvarlo.

“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por amor de Jesús. Pues Dios, que dijo: “De las tinieblas resplandecerá la luz,” es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo.  Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros. Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:5-9).

Es diferente. Lo contrario de lo que nuestra creencia popular determina.

Que Dios hoy haga la luz en su corazón y respandezca en usted mostrándole el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo.  Que este milagro verdadero se de en su vida hoy.

Para que nos quede claro

¿Qué es el evangelio? Jesús es Dios.  Jesús se volvió hombre, nacido de una virgen. Jesús es el hijo de Dios sin pecado, quien no necesita un salvador como nosotros o como su madre María (Ella misma dijo: Dios mi salvador).  Nosotros necesitamos salvación.  Jesús no. Jesucristo es el camino, no un camino. Él es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no solamente una manera de ser salvo sino la única manera de ser salvo. Y la fuente de esta salvación no son nuestras obras ni nuestras promesas sino Dios.  Jesucristo es el Cordero de Dios. Él se sacrificó en nuestro lugar–nosotros pecamos, Él no; Él fue crucificado, nosotros no. Él murió en esa cruz en el Calvario y resucitó de entre los muertos en el tercer día. Y nos llama como el victorioso Jesús que reina a la derecha del Padre a arrepentirnos de nuestros pecados, a darles la espalda a nuestros pecados.  La pregunta del sacerdote era correcta–¿de qué sirve caminar tanto si queremos seguir viviendo en el pecado? Y cuando nos arrepentimos debemos seguir viviendo en el arrepentimiento porque, querido amigo, toda la vida es una vida de arrepentimiento pero confiando ya en la obra culminada por Cristo.  No le podemos añadir nada.  Ya no hay nada más que hacer.  Jesucristo conquistó.

Hasta la próxima, querido peregrino.  Espero que caminemos juntos a la Nueva Jerusalén. No se quede atrás. Vamos.