Victor Chininin Buele
Hay momentos que revelan nuestra fe y al revelarla clarifican la definición de la fe de nuestra generación. Nuestra fe colectiva es una fe muy profunda en nosotros mismos. Es el fruto de la autoestima que estuvo cerca de la raíz de nuestra educación. Juntos podemos decimos todos. Yo estoy en control. Yo puedo contra esto. Si nos lavamos las manos, si no salimos, si compramos mascarillas, si compramos papel higiénico en abundancia (por una razón que parece que se nos escapa a todos), si agotamos los recursos disponibles en el super y lleno mi casa de atunes y arroz, entonces no nos llegará el Coronavirus. O si nos llega sobreviviremos.
Al inicio de nuestro encuentro con el Coronavirus, el gobierno de la república puso una mesita en el aeropuerto con un mantelito y un doctor con mascarilla. Nada más. Tomamos foto de eso y fue el origen de los memes “Nos fallaste flaco” una vez que ingresó el coronavirus al territorio nacional. Vamos de la falta completa de atención a esta materia (como aquella mesita en el aeropuerto Mariscal Sucre) a un pánico, vamos de 0 a 160 km/h en pocos segundos. Pero el pánico deja nuestros corazones al descubierto.
Y puede que los cristianos leamos esto diciendo, “pero yo confío en Dios”. Y resulta que hacemos lo mismo. Somos creyentes grandes del evangelio de la prosperidad. Aunque lo rechacemos formalmente y aquellos mercaderes de evangelios falsos nos hagan dar náusea, dentro de nosotros reaccionamos de la misma manera–quiero la oración que haga que este virus no entre a mi casa, quiero la solución que mantenga a mi familia con salud y seguridad, quiero la garantía de que no voy a perder mi trabajo, quiero una fe que me garantice que no me llegará el Coronavirus.
Y entonces entra esta fe en nosotros mismos y se disfraza de cristianismo.
He visto mucho el Salmo 91 en estos días, especialmente los versículos 9 y 10. Nos dan cierta confianza y pueden fácilmente calmar nuestro deseo de encontrar confianza en nosotros mismos:
Porque has puesto al Señor, que es mi refugio,
Al Altísimo, por tu habitación.
No te sucederá ningún mal,
Ni plaga se acercará a tu morada. (Salmo 91:9-10)
Cuando hacemos una tortilla, nos aseguramos de aplanarla bien–los huevos, la salchicha, las verduras, lo que sea que le pongamos. La hacemos bien planita. Muchas veces hacemos eso con la Palabra de Dios y nos encontramos en lugares que demuestran que nuestra fe está en nosotros mismos y no en Dios.
Decimos–porque el Salmo 91 dice esto, entonces si yo pongo al Señor como mi refugio y mi habitación, entonces el Coronavirus no entrará a mi casa. Y en ese momento rendimos nuestra fe al altar idólatra de nuestras propias obras, de nuestra fe en nosotros mismos, de nuestra confianza en nosotros mismos. En vez de apurarnos a comprar mascarillas nos jactamos que porque tenemos a Dios como nuestro refugio, entonces, el Coronavirus no nos llegará.
Cuando aplastamos nuestra fe como una tortilla no damos espacio para que toda la Palabra tenga su lugar correcto en nuestros pensamientos y nuestra fe. No damos espacio para que al justo Job le pase gran desgracia y enfermedad. No damos espacio para los sufrimientos de los salmistas. No damos lugar para que Pablo le pida al Señor en agonía que le quite la espina que tenía en su carne (no sabemos qué dolencia sería). No damos lugar para el rol del sufrimiento en nuestra santificación. Por medio del sufrimiento nos volvemos más como Cristo. Esta promesa y realidad también está en la Palabra.
Pero es que nos suena tan bonito decir, “Si me porto bien y hago lo que se supone que los cristianos deban hacer, entonces no me dará el Coronavirus”. Porque entonces todo está en mis manos, en mi compra de artículos de aseo personal, en la distancia que guardo de las personas, en la intensidad de mis oraciones, etc. Porque si resulta que en mis viajes para proveer a mi familia de la provisión que Dios nos da me he agarrado semejante compañero de viaje del Coronavirus, entonces ¿qué se diría de mí? ¿Que mi fe no es lo suficientemente fuerte para que el Coronavirus no entre en mi casa? ¿Que no he hecho morada permanente en el Señor? Tenemos que cuidarnos de hacer una tortilla del pobre salmo 91 porque las dos cosas son ciertas–Jehová debe ser nuestra morada permanente y en Él, ninguna peste nos alejará de Él por la eternidad, eso es consistente con Romanos 8 por ejemplo. Entonces, venga o no venga la peste, debemos amarnos los unos a los otros, cuidar de los más vulnerables, predicar el evangelio porque no hay mejor momento para explorar la verdad de la cruz y resurrección de Cristo que cuando nuestra mortalidad parece estar muy cerca.
Lo que no podemos hacer jamás es confiar en nosotros mismos.
El diablo le citó el salmo 91 a Jesús para que Él se aleje de la relación perfecta con Su Padre, para que desobedezca al Padre, para que de una vez por todas nos deje sin posibilidad de salvación. Cuidémonos de utilizar a la preciosa Palabra como una muleta para ayudarnos a caminar por nosotros mismos, con nuestro propio esfuerzo, diciendo que estamos en Cristo pero viviendo alejados de Él.
Solamente la fe. No lo que yo haga o pueda hacer.
Que Dios los proteja en estos tiempos difíciles y no dejemos de orar.